MENTIRAS BLANCAS Y SANTA CLAUS

Por: Clint Archer
The Master’s Seminary Español
Domingo, 20 de diciembre de 2015

¿Existe lugar para que un padre engañe a sus hijos al decirles que Santa Claus (Papá Noel) es real?

Yo no soy ningún señor Scrooge ni tampoco estoy en contra de las decoraciones navideñas o los villancicos. Confío en que mi familia entiende que la conífera de plástico en nuestra sala no es un signo sutil de paganismo sino un simple arbolito. Estoy incluso dispuesto a tolerar la inexactitud poética de algunos de los villancicos más populares de la temporada.

Pero, cuando se trató de decirle a mis hijos la verdad sobre Santa Claus, yo nunca lo pensé dos veces. Desde que eran niños les expliqué que Santa Claus no era real. Lo hice porque nunca quise que hubiese confusión alguna que pudiera empañar su fe.

Ángeles, una virgen embarazada, Dios en un pesebre, una estrella que guía, todos estos imposibilidades y sin embargo “para Dios todo es posible.” Al pedirle a nuestros hijos que confíen sus vidas y eternidades en estas historias, ¿por qué continuaríamos añadiendo un tipo gordo omnisciente ficticio y un reno con nariz roja?

Si lo hacemos, eventualmente llegará el punto que tendremos que revelarles que estábamos bromeando acerca de los talleres de los elfos, que Santa Claus baja por la chimenea y da juguetes a los niños que se portan bien. El resultado de esto, después de haberles engañado intencionalmente durante años al decirles: “Confía en mí”, puede ser devastador.

El engaño y la mentira tienen una manera única de echar raíces en nuestras memorias. Cuando piensas en el pesebre, ¿te imaginas el establo con el mugido de bueyes en una noche silenciosa, ángeles cantaban y un posadero vestido de villano? Estos detalles no se encuentran en la Escritura. ¿Solamente tres reyes? No. ¿Un niñito y su tambor? Tampoco.

Una parodia de una posible consecuencia se resume en el pobre chico que traumatizado se lamenta melódicamente, “vi a mi madre besando a Santa Claus” (dudo que el chico necesitase consejería para superar su confusión). Pero dicha canción extraña, aunque cómica, nos recuerda que sí existe un peligro sutil a largo plazo cuando colocamos la ficción imposible en el mismo estante que hecho sobrenaturales, obligando a nuestros hijos a discernir arbitrariamente cuál es cuál basados en nuestras proposiciones confusas.

No es de extrañar que los adultos, después de haber creído lo que sus maestros de escuela dominical les enseñaron, con el tiempo llegan a la conclusión de que, para ellos, la Biblia suena como un cuento de hadas. Si se espera que ellos superen algunas de las cosas que les enseñaron sus padres, ¿por qué entonces nos sorprende cuando llegan a rechazar todo lo que les parece imposible?

No quiero que mis hijos tengan este monólogo existencial en la secundaria: “Papá me habló de una creación en seis días, el nacimiento virginal, el conejo de Pascua, Santa Claus, ángeles y hadas. Pero luego me dijo que sólo estaba bromeando sobre algunas de esas cosas. Me sentí ridículo por haberle creído. Hmmm…me pregunto si mi profesor de ciencias tiene razón sobre la evolución… ¿Qué otras tonterías me habrán dicho como si fuesen realidades? ”

Entonces, ¿qué le digo a mis hijos cuando ven a otros niños haciendo cola para pedirle regalos a un hombre de sobrepeso, mediana edad, con barbas postizas y vestido de rojo? Les digo la verdad: “¡Mira, es un hombre disfrazado de Santa!”

Este será el contexto de la conversación que habría tenido en donde les explico a mis hijos acerca de aquella parte de la diversión navideña que finge la existencia de un hombre que vive en el Polo Norte y da regalos. También les contaré la historia del verdadero Nicolás el cual vivió y ministró en Turquía. Pensar en lo ficticio puede ser divertido, siempre y cuando se de a entender que efectivamente es ficción y no realidad. Yo mismo disfruto de la ficción y la imaginación, les ofrezco Narnia también. Pero hay una línea delgada entre la ficción y la falacia.

Quiero que mis hijos crezcan sabiendo que su papá nunca, nunca les miente. Jamás.

Los preciosos atributos de omnisciencia, omnipresencia y la omnipotencia de Dios son grotescamente caricaturizados por la falacia de la existencia de un Santa Claus. Considere la letra que describen lo que nuestros hijos piensan de este demagogo: “Él todo lo apunta, él todo lo ve, te sigue los pasos estés donde estés. Te observa cuando duermes, te mira al despertar. No intentes ocultarte de él, pues siempre te verá.”

Estallar la burbuja de la falsedad de Santa Claus en la batalla por la verdad es un pequeño precio a pagar con tal de no abusar de la confianza inquebrantable que mis hijos tienen en su papá.

617 people reached

Leave a Comment

Your email address will not be published. Required fields are marked *