¿PORQUÉ ME MOLESTO CUANDO LAS COSAS NO SALEN COMO QUIERO?

Por: Gerson Morey
EL TECLADO DE GERSON
Domingo, 11 de octubre de 2015

La ira, el enojo, la frustración y la impotencia son todas emociones que experimentamos los seres humanos, incluyendo los cristianos. En ocasiones, estas emociones nos pueden empujar a conductas pecaminosas que deshonran a Dios. Creo que todos, en alguna ocasión, nos hemos molestado cuando las cosas no salen como esperamos. Sea de aquello que depende de nosotros o de terceros, creo que todos hemos sentido frustración, enojo e indignación cuando no se hacen las cosas como queremos.

Pero ¿hasta qué punto se justifica una reacción desmedida o de enojo cuando las cosas no salen bien? O sería mejor preguntar ¿Porqué nos enojamos tanto cuando las cosas no resultan como queremos o esperamos?

Los creyentes debemos vivir para glorificar a Dios (Isaías 43:7), por qué no solo fuimos creados sino también redimidos por él y todo esto para Su gloria. Este debe ser el criterio que gobierne nuestras vidas (Colosenses 3:23). Desde nuestras palabras y acciones hasta los pensamientos y actitudes, todo debe ser para la gloria de Dios (1 Corintios 10:31), incluyendo nuestras reacciones.

Por eso, quiero proponer algunas de las causas que nos impulsan a enojarnos y a frustrarnos cuando las cosas salen mal.

Entendiendo que esto incluye situaciones donde somos nosotros mismos u otra persona los causantes del enojo:

I. Expectativas irreales
En ocasiones nos hacemos muchas e irreales expectativas acerca de nosotros o de los demás (También esto incluye las expectativas no expresadas). Cuando esperamos resultados ideales y exactos, seguramente nos vamos a molestar cuando esos resultados no se produzcan. Los creyentes debemos hacer lo mejor de nuestros esfuerzos, pero debemos descansar en qué los resultados finales, son determinados por Dios. Nuestra responsabilidad es la obediencia y la de Dios las consecuencias. De otro lado, nos frustramos, por qué esperamos de las personas lo que ellas no pueden darnos ya sea por falta de tiempo o de destreza. Como sea que fuere, sea en casa, en el trabajo o en cualquier otro contexto, expectativas irreales nos llevarán a la decepción.

II. Vanagloria
En los casos cuando nuestro esfuerzo, trabajo y diligencia será evidente a los ojos de los demás, queremos legítimamente hacer las cosas bien. Sin embargo cuando sucede lo contrario, casi siempre estamos más preocupados de nuestra reputación o del ¿qué dirán?. La búsqueda de gloria personal nos impulsa muchas veces a ser intolerantes a los errores y los fracasos. Entiéndase intolerantes con nosotros mismos y con los demás. A veces la búsqueda de ‘excelencia’ es búsqueda de reconocimiento y en otros casos los deseos de hacer las cosas bien, solo nacen de motivos egoístas. La vanagloria puede ser combustible de un irracional ‘perfeccionismo’. Por eso el apóstol Pablo decía al creyente “que no tenga más alto concepto de sí que el que debe tener, sino que piense de sí con cordura” (Romanos 12:3)

III. Falta de confianza
He dejado esta para el final, porque creo que molestarse cuando las cosas no salen bien, en la gran mayoría de los casos es debido a una falta de confianza en Dios. Fallar en comprender que Dios está en control y nosotros no. Cuando nos indignamos, quizá estamos cuestionando la voluntad de Dios. Cuando nos frustramos, olvidamos que Dios es quien determina los resultados. Olvidamos que el Señor es soberano y nosotros no. Fue Dios quien le dijo a Israel: “Mi consejo permanecerá, y haré todo lo que quiero…” (Isaías 46:10). Está fue la profunda convicción de Job en la aflicción cuando dijo: “Jehová dio, y Jehová quitó; sea el nombre de Jehová bendito” (Job 1:21). El rey David al entender que el Dios soberano es quien determina las cosas, confesó: “Enmudecí, no abrí mi boca, Porque tú lo hiciste” (Salmos 39:9). El rey Salomón dijo: “Muchos son los planes en el corazón del hombre, mas el consejo del Señor permanecerá.” (Proverbios 19:21 LBLA). Todos ellos fueron hombre que conocieron a Dios y entendían el valor de vivir para Su gloria, pero también entendían que Dios es soberano incluso de los resultados finales. Ellos sabían que si las cosas no salían como esperaban, Dios todavía estaba en control.

Mi exhortación es primeramente a reconocer nuestro error. El solo hecho de molestarnos no es un pecado en sí, pero la ira nos puede inducir al mal. Por eso Pablo advertía: “Airaos, pero no pequéis…” (Efesios 4:26). Sin embargo, las reacciones desmedidas de enojo, molestia y de constante frustración son actitudes que no glorifican a Dios. Peor aun si lo que nos impulsa son motivos pecaminosos como el orgullo, la vanagloria y la falta de confianza en Dios. En ese caso debemos humillarnos, confesar nuestro pecado y pedirle perdón. Recordando que él se compadece de nosotros “Porque él conoce nuestra condición; Se acuerda de que somos polvo” (Salmos 103:14).

No quiero justificar los errores, ni tampoco fomentar una actitud conformista y mucho menos fatalista. Sin embargo, debemos recordar, como anteriormente dije, que el creyente glorifica a Dios desde sus palabras y acciones hasta sus pensamientos y actitudes.

A veces nos enojamos desmedidamente y no es para tanto. Vamos a estar tranquilos y a descansar en Dios.

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