Mi brevedad Tu eternidad

MI BREVEDAD, TU ETERNIDAD

Por: Enrique Oriolo

14 de septiembre de 2014

Ciertamente el hombre no fue creado para morir. Fue puesto en el jardín del Edén para cultivarlo, para gozarse de la presencia continua de Dios, para alimentarse del árbol de la vida y vivir para siempre. Pero conocemos que esa no es toda la historia, sino que el hombre pecó contra Dios y fue expulsado del Edén, fue cortado su camino al árbol de la vida, y fue puesta toda la creación bajo maldición, y a la vida del hombre se le puso un fin.

El mismo Dios que estuvo ante Adán en ese huerto, es el mismo Dios que hoy contempla tu vida y la mía. El Salmo 90 nos habla en el segundo versículo de la realidad de la eternidad de Dios: “Antes que los montes fueran engendrados, y nacieran la tierra y el mundo, desde la eternidad y hasta la eternidad, tú eres Dios”.

Para Dios no hay ayer, ni hoy, ni mañana. Nosotros los humanos poseemos el sentido de tiempo, pero Él está por encima de esta limitación, dice Moisés en el salmo: “Porque mil años ante tus ojos son como el día de ayer que ya pasó, y como una vigilia de la noche”. Una vigilia eran cuatro horas. Así que, yo pienso, que el día de ayer Dios caminaba con Adán y Eva, y hoy escucha tu oración y la mía. ¿Has orado hoy?

El pecado acortó nuestros días. Mejor dicho, la ira de Dios por causa del pecado acortó nuestros días. Si vemos en la Escritura a un Matusalén viviendo más de 900 años, a Noé viviendo más de 600, y tú y yo no sabemos si llegaremos a los 80. ¿Algo pasó no? La ira de Dios por el pecado fue haciendo que la vida del hombre sea cada vez más breve. Y la maldición por causa del pecado fue haciendo la vida cada vez más dura, tanto que en el versículo 10 dice: “Con todo, su orgullo es sólo trabajo y pesar”, esa es la vida del hombre, trabajo y pesar. Anteriormente dice: “… Son como un sueño, son como la hierba que por la mañana reverdece; por la mañana florece y reverdece; al atardecer se marchita y se seca. Porque hemos sido consumidos con tu ira, y por tu furor hemos sido conturbados”. No parece muy larga la vida del hombre ante Dios siendo comparada con una mañana y un atardecer, o como un sueño de una noche. ¿Has pensado en esto?

Luego de entender esta realidad de la eternidad de Dios y la brevedad de la vida del hombre, el salmista pide en oración: “Enséñanos a contar de tal modo nuestros días, que traigamos al corazón sabiduría”. Esto es maravilloso, ¡Dios, a la luz de que tú eres eterno y yo soy un soplo ante ti, enséñame a entender esto para que mi corazón sea sabio! ¿Como vivirías si hoy fuera tu último día? Si hoy no vieras el atardecer, ¿te motivaría a vivir distinto? Sin duda que sí.

La Palabra de Dios es una lámpara que nos da luz y entendimiento sobre absolutamente todas las cosas, y este salmo nos ayuda a comprender quiénes somos ante Dios, en cuanto a nuestra duración en este suelo de tierra. Este conocimiento por la ayuda del Espíritu Santo trae sabiduría a cómo vivimos diariamente, nos empuja a reflexionar sobre nuestras prioridades, nos exhorta a vivir vidas santas que glorifiquen a Dios. Vivirás poco. Quizá, menos de lo que crees. ¿No es hora de buscar solo la gloria de Dios?

El salmista seguirá en oración pidiendo al Señor que se compadezca de sus siervos, que los sacie de su misericordia por la mañana para tener gozo y alegrar sus días, que los días que sufrieron el Señor se los dé en alegría, que su gracia esté con ellos y que confirme la obra de sus manos (vv. 13-17). Ciertamente, la obra que hacemos para el Señor no es en vano, nuestros días son cortos y pocos, y “malos” -dice el apóstol-, pero Dios nos dio una tarea, tenemos un propósito y un llamado al cual responder, y si entendemos la brevedad de nuestra vida, responderemos rápidamente y sin condiciones a tal encomienda.

Así que, hermanos míos amados, estad firmes y constantes, creciendo en la obra del Señor siempre, sabiendo que vuestro trabajo en el Señor no es en vano. 1 Corintios 15:58.

El apóstol Pablo en los últimos momentos de su vida, pronto a ser martirizado, escribirá a su amado hijo Timoteo su última carta, y hará su mayor y más grande encargo a este: “Te encargo solemnemente, en la presencia de Dios y de Cristo Jesús, que ha de juzgar a los vivos y a los muertos, por su manifestación y por su reino: Predica la palabra; insiste a tiempo y fuera de tiempo; redarguye, reprende, exhorta con mucha paciencia e instrucción”, 2 Timoteo 4:1-3. Si estás pronto a partir de este mundo no gastarías tus palabras, esta exhortación santa a Timoteo nos llena de sabiduría en cuanto a lo que es importante para un cristiano en esta vida.

La sabiduría que Dios da, a la luz de su eternidad y de nuestra brevedad, nos debe llevar a ordenar nuestra vida, a dar la preeminencia a Dios en todas las áreas, a cumplir su llamado con diligencia y abnegación, porque quizás hoy estemos ante Él.