DIOS EN EL DOLOR, SALMO 88

Por Enrique Oriolo
Domingo, 22 de marzo de 2015

La realidad del dolor

Sería ingenuo decir que no existe tal cosa como el dolor, es una realidad que nos toca vivir a cada ser humano que pisa este suelo de tierra. Todos sufrimos en mayor o menor medida, y esa es la consecuencia de la tragedia del pecado, que tiene como protagonista al hombre, desde el huerto del Edén. Todos conocemos a alguien que está pasando sufrimiento y aflicciones, puede ser una pérdida de un hijo, de un cónyuge; puede ser una enfermedad, y seguramente a muchos ese dolor los acompañará por el resto de sus días.

El dolor en la vida del creyente

El Salmo 88 nos lleva a través de la vida de un creyente que a diario vivía un sufrimiento sin descanso. Él mismo narra: “He estado afligido y a punto de morir desde mi juventud” (v.15). No solo por un periodo de tiempo, sino que desde joven ha pasado cada día en esa condición, al punto de exclamar: “Porque saturada está mi alma de males, y mi vida se ha acercado al Seol. Soy contado entre los que descienden a la fosa; he llegado a ser como hombre sin fuerza, abandonado entre los muertos; como los caídos a espada yacen en el sepulcro, de quienes ya no te acuerdas, y que han sido arrancados de tu mano”, (vv.3-5).

Las imágenes que usa el salmista para describir su dolor nos muestran que su estado es moribundo, como si en una pila de cadáveres se hallara él, al parecer olvidado, sin esperanza de salir de allí con vida. El creyente puede llegar a experimentar en su vida los sufrimientos más grandes y profundos. El creyente puede llegar a experimentar en su vida los sufrimientos más grandes y profundos, enfermedades sin cura, y hasta la muerte llena de dolor; porque no es ajeno a esa realidad, aún vive en este mundo, aún está sujeto a un cuerpo de muerte donde mora el pecado (Ro. 7). Y que esto suceda no es para él señal de su perdición, sino de su humanidad.

Dios es soberano e inmutable

Una de las cosas que más cautivó mi atención en este Salmo, es que el salmista no está mencionando al diablo como autor de su dolor y sufrimiento, no le echa la culpa a una legión de demonios que lo atormentan, sino que reconoce que Dios está por encima de todos los acontecimientos de su vida y que es Él quién ha permitido cada aflicción.

Recordar constantemente la soberanía de Dios es un consuelo en nuestro momentos más difíciles, Él sigue sentado en su trono, no ha dejado de reinar, no ha dado vuelta su rostro y se ha distraído por un momento. No, Él tiene sus ojos puestos en sus hijos (Sal. 32:8) y los rodea como su protector (Sal. 125:2). Nada pasa que Dios no permita que suceda. Vemos en la Escritura, que el mismo Satanás tuvo que pedir permiso a Dios para tocar la vida la vida de Job (1:12).

¡Dios no ha dejado de ser fiel, ni misericordioso, ni justo en medio de tu sufrir! ¿No es maravilloso? Puedes allí en ese dolor alabarle, puedes reconocer que él sigue siendo bueno a pesar de lo que vivas, que él tiene un propósito para su gloria con lo que ha permitido en tu vida, no es ajeno y jamás estará desatendiendo la necesidad de sus hijos. Él es el Padre por excelencia.

“Toda la Escritura es inspirada por Dios” (2 Tim. 3:16), y el Salmo 88 está allí para mostrarnos al pueblo de Dios de todos los tiempos que:

• Podemos ser justos en Cristo y sufrir.
• Dios puede responder que no a nuestra oración por sanidad.
• En medio de ese dolor podemos alabar y glorificar a Dios.
• Dios es soberano por sobre todas nuestras circunstancias.
• Dios no ha dejado de ser fiel, misericordioso y justo.
• A Dios sea toda la gloria.

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